En esta serie de ensayos, intento reavivar un tema de investigación que empezé en 2013, "El derecho a vivir como resignificación de lo urbano: la construcción de la ciudadanía en las calles", la época de las Jornadas de Junio, la Primavera Árabe, la cúspide de las aspiraciones cosmopolitas y, en general, el deseo de un mundo libre y abierto, basado en la democracia y el respeto de los derechos humanos. Desde entonces, más de diez años después, hemos visto cómo las protestas de junio nos llevaban por un tortuoso camino hacia el terror autoritario en Brasil, cómo a la primavera le seguía un oscuro invierno en el mundo árabe y cómo se reanudaban los discursos xenófobos y el ufanismo incontrolado, orientados al cierre de fronteras y a restricciones cada vez más severas a la circulación de personas, especialmente víctimas del hambre, la guerra y la pobreza. A pesar de todo ello, el objeto de estudio inicialmente esbozado ha seguido siendo actual, por lo que ahora intento retomarlo, dentro de los límites y posibilidades del zeitgeist actual, mediante una serie de artículos aquí en Ruptura, a través de los cuales pretendo volver a examinar algunas categorías y conceptos para pasar después al tema de investigación inicial.
Retomaré gradualmente algunas categorías y conceptos relativos a la noción de morada, concepto que intenta describir la creación y perpetuación de los seres humanos en el espacio en el que viven y las relaciones multilaterales que se establecen en este contexto, tanto en relación con la experiencia del individuo como con la comunidad en su conjunto.
1.1 El Habitar: existir con las flores
La necesidad humana se extiende mucho más allá de un Hábitat, condicionándolo a un Habitar, una conexión entre el ser y el sitio que habita, "lleno de méritos, pero poéticamente el hombre habita esta tierra" (HÖLDERLIN, 2002), en palabras de Hölderlin. Se trata de una percepción que va mucho más allá del primer concepto. Mientras que el hábitat reduce las necesidades de este ser a prácticas elementales y fisiológicas como comer, dormir y reproducirse, el habitar se ocupa de la relación hombre/espacio como creador, cuidador y perpetuador, abarcando los vínculos entre las personas y el lugar y entre las personas entre sí en ese lugar. Más que plantar el jardín y las flores, al crearlo existimos en él y a través de él, creamos un vínculo fundamental y hacemos que parte de nuestro ser reverbere en el espacio, en los demás seres que lo habitan y en nosotros mismos en un proceso interminable de influencia multilateral y sistémica.
Igualmente, es constante la inquietud humana cuando el ciudadano siente el carácter incompleto de su vivienda, truncada por la inseguridad y otros problemas que les impiden vivir bien en ese lugar.
En este sentido, la búsqueda del ciudadano por mejores condiciones de vida en el sitio donde vive, exigiendo mejores condiciones de vida en el lugar donde vive, mejoras en la estructura de saneamiento básico, electricidad, plazas, parques, calles, en fin, condiciones que involucren su vivir, trabajando día a día contra la decadencia natural de las cosas de este mundo, contra la presión desordenada del capital contra los que allí viven y dan realmente sentido a la propiedad, evidencian un campo único para promover la vida democrática y ciudadana, la gobernabilidad, el fortalecimiento de la democracia y, consecuentemente, el desarrollo humano.
Estos movimientos involucran a sectores centrales de la vida comunitaria, cuando no involucran a la comunidad en su conjunto, llevándola a organizarse para identificar los múltiples intereses comunes a los pobladores, tanto para ponerlos en conocimiento del Estado como para encontrar autónomamente la solución adecuada. Así, mucho más allá de alcanzar los objetivos principales para los que fueron concebidas, las organizaciones locales acaban despertando el interés y la proactividad de los implicados en la defensa de los derechos y la promoción de los intereses que les son difusos, comunes u homogéneos en relación con su vivienda comunitaria. Este compromiso con los intereses de la comunidad es, sin duda, una de las señas de identidad de lo que significa ser Ciudadano, por lo que es posible promover la Emancipación Social y la Ciudadanía a través de estas luchas por la vivienda, por unas mejores condiciones de vida.
Antes de seguir adelante, es importante recordar que la sociedad no puede concebirse de forma abstracta, sino que es necesario, como decía Karl Marx en el siglo XIX, comprender las clases que la componen y las luchas que existen entre ellas:
Sobre todo, debemos evitar concebir de nuevo la "sociedad" como una abstracción frente al individuo. El individuo es el ser social. La manifestación de su vida -aun cuando no aparezca directamente en forma de manifestación comunitaria, realizada en asociación con otros hombres- es, por tanto, manifestación y afirmación de la vida social. La vida humana individual y la vida-especie no son cosas diferentes, en la medida en que el modo de existencia de la vida individual es un modo más específico o más general de la vida-especie, o la vida-especie es un modo más específico o más general de la vida individual. (MARX, 2004, p. 107)
Así, Habitar se ha constituido, aunque de forma fragmentada y dispersa, en un verdadero derecho a lo largo de costosas luchas de sectores segregados de la sociedad en desafío a los poderes económicos y políticos dominantes, siempre en función de promover sus intereses y desoyendo, cuando es posible, cualquier fuerza que vaya en su contra o que se interponga en su camino, regularmente visto como el camino del progreso.
Habitar, en este sentido, puede presentarse como una percepción del lugar de vida del individuo, no sólo vinculada a actos funcionales y elementales -que se identifican con la noción de hábitat-, sino como la propia relación del ser humano con su morada. Según Lefebvre, "el ser humano no puede dejar de construir y vivir, es decir, de tener una morada donde habitar sin algo más (o menos) que él mismo: su relación tanto con lo posible como con lo imaginario" (LEFEBVRE, 1999, p. 81).
Este concepto reverbera en las enseñanzas de Milton Santos, en su obra El Espacio del Ciudadano, en la que el autor enseña que el territorio en el que vivimos es más que un espacio, un hábitat con el que interactuamos porque vivimos allí, es también un dato simbólico, una amalgama de identidad que es el resultado de la comunión que mantenemos con ese lugar (SANTOS, 2007).
Nabil Bonduki trabaja en una línea similar en su obra Origens da habitação social no Brasil (Orígenes de la vivienda social en Brasil), en un estudio específico, pero que puede extenderse a nuestro punto de estudio sin prejuicios. Destaca la importancia de la vivienda en la vida de las personas, describiendo la centralidad que la casa tiene en sus vidas, "indispensable para la afirmación y el éxito de la familia". En torno a ella se organiza la vida de quienes la habitan, que a menudo tratan el espacio y su construcción como si fuera un trofeo. Hay mucho sacrificio para obtenerlo, a través de los recursos que se ganan con el trabajo y el tiempo que se pasa viviendo allí. También está la relación que se construye dedicando tiempo libre a construir el espacio y creando después un hogar y un modo de vida en torno a esa vivienda, una vida cotidiana intrínsecamente ligada al entorno doméstico y dependiente de él. "Nada es más significativo en este modo de vida que la observación del tiempo libre", prosigue el autor, ya que los seres humanos "construyen así sus hogares y (...) constituyen la mayoría de los habitantes de las ciudades". Por último, señala que "entre las formas más comunes de entretenimiento se encuentran la radio, la televisión y las visitas a parientes, actividades que tienen lugar en el seno de la familia y del hogar" (1998, p. 312).
Es en este sentido que el habitar se presenta como un elemento formador de diversidad. A partir de la relación intrínseca entre el hombre y el espacio que ocupa -relación que también se dará con espacios más amplios, lugares que son simultáneamente partes y todo singular, la calle, la comunidad, el barrio, la ciudad-, el espacio llegará a percibirse como un elemento dotado de identidad propia. Al crear espacio, el hombre aporta parte de su identidad a su creación. La identidad del espacio es, pues, una amalgama de los procesos de creación, producción y transformación que ha experimentado a lo largo de su historia.
La existencia de identidades intrínsecas a cada vivienda, a cada espacio, no significa su división y fragmentación -aunque ésta existe, pero como resultado de los procesos productivistas que se derivan de la obsesión por generar capital-, sino que indica una relación sistémica entre estos diferentes espacios. Contrariamente al proceso de fragmentación, las identidades de cada lugar se mantienen, no como una parcela dividida, pero si como una totalidad conectada a otras. En este sentido, la idea que queremos explicar aquí es que esta fragmentación no debe confundirse con la división natural que ya existe entre los espacios, que tienen su propia identidad y son algo completo pero conectado a otros espacios al mismo tiempo, por lo que no alienan a las personas y les ayudan a ser conscientes de todo el proceso de producción.
En La producción del espacio, Lefebvre separa las nociones de espacio en "espacio social" y "espacio-naturaleza". Por espacio-naturaleza, Lefebvre explica un potencial de separación, porque "el espacio-naturaleza yuxtapone, dispersa; pone unos al lado de otros los lugares y lo que los ocupa. Particulariza" (LEFEBVRE, 2006, p. 87). Por otro lado, "el espacio social es el encuentro, la reunión, la simultaneidad" esta fuerza de unión y concentración "implica la reunión real o posible en un punto, alrededor de este punto" (Idem, p. 87).
De forma armoniosa, Milton Santos trabaja precisamente en sintonía con los conceptos lefebvrianos sobre el potencial del espacio para unir y separar a los hombres. En Pensando o espaço do homem, Santos nos recuerda que ese potencial del espacio social también puede ser utilizado, a través del "desarrollo de las fuerzas productivas", de la "división del trabajo" y de la producción del propio espacio, para profundizar las diferencias de clase y la segregación.
Dentro de esta lógica centrada en la producción de riqueza, aunque la sociedad se reúne en nombre del proceso de producción, se aliena de él, aislando su percepción de todo lo demás, incluso de sí misma y de los individuos que la componen. Se centra casi exclusivamente en mantener y aumentar el beneficio. La proximidad entre las personas que la componen sólo sirve a la reproducción de la estructura social en la medida en que es útil para las actividades capitalistas, descuidando cualquier atención fuera de estos términos para la interacción humana de calidad, haciendo de la ciudad un mero apiñamiento de seres humanos "aislados unos de otros" (SANTOS, 2007:2, p. 33). Las organizaciones centradas en la producción eficiente de capital sólo tienen ojos para las demandas humanas en la medida necesaria para preservar esta eficiencia. No hace falta que las personas, la comunidad, la ciudad existan en un contexto armonioso y saludable, sólo que produzca y siga aumentando esta producción.
A pesar de este conflicto constante, es importante recordar que estos intereses no son los creadores de esta fuerza agregadora y que, aunque se puede influir en ella, también es un agente de influencia. El espacio sólo sirve al capital en la medida en que las personas que lo ocupan dan (o se ven obligadas a dar) valor a esos intereses egoístas y patrimonialistas, por lo que, al volcar los intereses de los actores de esa morada hacia otros intereses (los suyos propios), pueden transformar el espacio en el que existen simbólica, filosófica y, sobre todo, concretamente, en un verdadero factor de poder a su servicio y ya no al servicio del capital que lo doblegaba.
Es visible esta relación bidireccional entre la vivienda y las fuerzas que la rodean, entre el espacio que contiene y el espacio que contiene, siendo influido pero también influyendo a su vez. Esta percepción está muy próxima a otra dinámica, estudiada por Roland Robertson, al tratar de la Glocalización y de cómo la heterogeneidad de los lugares, la localidad, no es necesariamente una fuerza antagónica, sino más bien un componente y reproductor de la globalización en determinados puntos (ROBERTSON, 1995, p. 26).
Será en las próximas etapas de esta serie, sin embargo, que intentaremos trazar una especie de paralelo multilateral, continuando el abordaje simultáneo del concepto de Habitar y de lo Urbano, pero añadiendo otro vector de estudio, las nociones, categorías y conceptos de las teorías que tratan de lo Global, lo Local y lo Glocal.
Referencias
HÖLDERLIN, Friedrich. Apéndice: En el azul sereno.../In lieblicher bläue... Trad. Márcia Sá Cavalcante Schuback. En: HEIDEGGER, Martin. Ensayos y conferencias. Traducido por Emmanuel Carneiro Leão, Givan Fogel y Márcia Sá Cavalcante Schuback. Pretrópolis: Vozes, 2002.
MARX, Karl. Manuscritos económico-filosóficos. São Paulo: Boitempo, 2004.
LEFEBVRE, Henri. La revolución urbana. Traducción: Sérgio Martins. Belo Horizonte: UFMG, 1999.
SANTOS, Milton. O espaço do cidadão. 7 ed. São Paulo: Universidad de São Paulo, 2007.
BONDUKI, Nabil Georges. Orígenes de la vivienda social en Brasil. La arquitectura moderna, la Ley de Inquilinato y la difusión de la vivienda en propiedad. - São Paulo: Estação Liberdade: FAPESP, 1998.
LEFEBVRE, Henri. La producción del espacio. Traducción: Doralice Barros Pereira e Sérgio Martins [s.l.]: [s:n], 2006. Disponible en:<http://www.mom.arq.ufmg.br/mom/02_arq_interface/1a_aula/A_producao_do_espaco.pdf>. Fecha de consulta: 11 de marzo de 2024.
ROBERTSON Roland, 1995, Glocalisation: Time-space and homogeneity-heterogeneity, en Mike Featherstone, Scott Lash y Roland Robertson (eds.), Global modernities. Londres, Sage Publications, pp. 25-44.
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